Hoy en día es muy frecuente que nos encontremos con la situación de estar cenando o almorzando en un restaurante y ver cómo una pareja joven (o no tan joven) dejan en manos de sus pequeños sus teléfonos inteligentes o tabletas para que se entretengan viendo videos o jugando. Y es que el resultado suele ser sorprendente, estos pequeños, que normalmente ya han terminado de comer, dejan de ser unos enanos saltarines y ruidosos alrededor de comensales adultos y se convierten en “abducidos digitales”, mudos y relajados espectadores de dibujos animados para tranquilidad y sosiego de padres y acompañantes que pueden tener una cena o almuerzo tranquilo y distendido. El grado de efectividad roza la brujería como diría un amigo, pero…¿realmente le estamos haciendo bien a nuestros hijos?
He de reconocer que cuando nuestro primer hijo tenía un par de
años (ahora tiene cinco así que no hace tanto) mi mujer y yo caímos en la
tentación de entretenerlo con nuestros móviles cuando estábamos en algún
restaurante, simplemente no nos habíamos planteado la cuestión de si le haría
bien o mal a nuestro hijo, lo hacíamos porque nos dejaba tranquilo y total era
para ver los mismos dibujos que veía en casa en la tele. Sin embargo, por ese
mismo periodo de tiempo empecé a preocuparme por el efecto de las NNTT (nuevas
tecnologías) en los jóvenes, y no tan jóvenes.
Que el uso de las NNTT, sobre
todo del móvil, en los adolescentes supone un gran riesgo y motivo de
preocupación para padres, educadores y psicólogos es algo de todos sabido. La
adicción de éstos a las redes sociales, servicios de mensajería instantánea,
juegos, y un largo etcétera va cada vez a más; y se traduce en problemas
conductuales, incapacidades de relación social real, bajo rendimiento en el
estudio, graves problemas de concentración,
ludopatía, entre otros muchos (quizás alguien pueda encontrarme
exagerado o alarmista pero es cada vez más fácil encontrar estudios científicos
y estadísticos que muestren todo esto como una realidad que además va en aumento
y eso sin mencionar los problemas de ciberacoso sexual, suplantación de
identidades, violencia y abuso de género a través del móvil y de nuevo un largo etcétera que amenazan a
nuestros jóvenes).
Ahora bien, con algo de razón me podríais argumentar que estamos
hablando de cosas bien distintas, el que le de a mi hijo mi móvil para nos deje
cenar tranquilos en un restaurante no quiere decir que lo vaya a convertir en
un adicto al mismo. De hecho el móvil es mío y cuando considere que deba dejar
de usarlo se lo quito y listo. Cierto. Pero no se trata tan sólo de un problema
de adicción, el problema se plantea en que sin darnos cuenta, y en muchos casos, exponemos a nuestros pequeños demasiado tiempo a las pantallas digitales.
El cerebro de nuestros hijos pequeños está abriéndose al mundo, y
el mundo virtual para ellos es sumamente atractivo: casi sin esfuerzo y con
gran poder sugestivo les muestra un “mundo” sumamente atractivo y en cierto
modo “manejable” para ellos, de manera fácil y rápida pueden acceder a lo que
quieren, cuando quieren.
“Abusar de las pantallas, en las que prácticamente todo ya se presenta elaborado o es susceptible de una confección artificial extremadamente sencilla para el chico, puede dificultar la implicación del niño en el mundo real, que es el lugar donde se desarrolla su más genuina creatividad. Es mejor que intente construir una casa con unos tacos de madera a que disfrute viendo cómo se forma –sin su intervención- en unos dibujos animados.”(Quiénes son nuestros hijos y qué esperan de nosotros. Bartolomé Menchén y Tomás Melendo. Ediciones Internacionales Universitarias. Madrid. 2013).
El efecto en el cerebro de nuestros pequeños del uso excesivo de
las “pantallas digitales” puede ser bastante negativo; para ellos es más fácil entretenerse con el
móvil o la tableta que jugando con sus hermanos o amigos, o bien solos con
algunos juegos “tradicionales” (lo que supone un esfuerzo inicial aunque luego
el disfrute sea mucho mayor); e incluso en muchos casos para nosotros los
padres es más cómodo “soltarles” el móvil para que nos dejen tranquilos que
sentarnos con ellos a jugar o proponerlos otro tipo de distracción (las prisas
y el estrés del trabajo y del día a día pueden hacernos caer con excesiva
frecuencia en esta “tentación”). Sin embargo, las consecuencias de una u otra
decisión pueden ser bien distintas en el desarrollo de sus funciones cognitivas
y en el de su personalidad misma.
A todo esto cabría añadir que si moderamos, limitamos y reglamos
el acceso y uso de las NNTT desde pequeños, llegada la adolescencia nos será
mucho más sencillo tomar las riendas y el control del las mismas en nuestra
familia; algo vital y que en ningún caso podemos dejar en manos de nuestros
hijos. Si desde edades tempranas marcamos las pautas del uso de los distintos
dispositivos tecnológicos y digitales ellos verán natural que seamos siempre
nosotros los que vayamos marcando el ritmo de su incorporación a las NNTT, así
como las normas de uso.
Todo esto me ha llevado a considerar que desde edades bien
tempranas debemos limitar y restringir el acceso al mundo digital y a los
dispositivos tecnológicos. Ello no implica en absoluto restringir totalmente el
acceso de nuestros pequeños a las NNTT, cosa que además de contraproducente
para ellos sería casi imposible para nosotros; pero sí frenar y regular el
enorme atractivo que para nuestros hijos suponen estos dispositivos (la
experiencia me dice que para nada es necesario motivar a nuestros hijos en el
uso de las NNTT, ya vienen hipermotivados “de serie” para ello).
¿Cómo hacerlo? Pues en el mundo de las familias no hay recetas
universales, cada matrimonio es soberano en su hogar; lo más importante es
decidirse a hacer algo, podremos acertar más o menos (siempre podemos pedir
consejo a alguien que conozcamos si no nos sentimos muy duchos en la materia),
pero la inacción siempre es algo muy negativo. En nuestro caso concreto, mi
mujer y yo decidimos que nuestros hijos (tenemos dos hijos de cinco y cuatro
años con nosotros y una pequeña a punto de nacer) aún son pequeños para usar
nuestros móviles en ninguna circunstancia, y que el uso de la tablet que tenemos
en casa (una para todos) se restringiría a un horario concreto, a un tiempo
limitado y siempre para usarla ambos en nuestra presencia. El resultado: que
ellos han asumido perfectamente esas normas desde el principio y nunca nos
piden que les dejemos el móvil en ningún momento o la tablet fuera de su
horario, aunque vean que otros niños sí lo hacen; y que muchas tardes no pueda
concentrarme en mi trabajo en casa porque sus alegres y ruidosas carcajadas
cuando están jugando ellos solos en su cuarto con sus juguetes y sobre todo con
los juegos y aventuras que se inventan no me dejan hacerlo, carcajadas de tal
nivel que por cierto nunca oigo cuando están delante de una pantalla.