martes, 13 de junio de 2017

III Congreso Mundial de Educación

Os pongo el vídeo de mi ponencia en el III Congreso Mundial de Educación en el que tuve la suerte de participar el pasado mes de abril en Monterrey, Méjico. 

Es un poco largo pero igual os puede interesar. 


jueves, 1 de junio de 2017

Educar en la singularidad hoy

Un tema por el que últimamente me encuentro sumamente interesado es el de la singularidad y sus repercusiones a la hora de educar a nuestros hijos. Por un lado por la importancia que tiene a la hora de entender la persona humana, erigiéndose nada menos que en causa de su dignidad. Por otro lado, por las implicaciones prácticas que necesariamente se deben derivar en la educación si somos coherentes con la concepción de persona que algunos venimos defendiendo. 

Efectivamente, si entendemos la persona como digna en sí misma; dignísima, podríamos decir, por el mero hecho de ser (con independencia de su obrar y no digamos de su utilidad o valor); erigiéndose en principio y término de amor es debido a que nos damos cuenta de que su ser más íntimo es único e insustituible, le pertenece por derecho propio, es singularísimo, con toda la fuerza que podemos aplicar al término singular. 

Y sin embargo, en cierta medida debido a la creciente "masificación" que nos rodea y al imperio del “yo” que tiende a circunscribir toda la realidad en torno al sujeto, en ocasiones nos empeñamos en proyectar nuestras expectativas, anhelos e ilusiones en nuestros hijos, queriendo que ellos lleguen a ser lo que quizás nosotros no hemos podido alcanzar a ser; o en otro orden de cosas, que lleguen a ser lo que la sociedad dicta que debe llegar a ser un "triunfador". 

Así, sin ser conscientes de ello, corremos el riesgo de "cosificar" a nuestros hijos, tratándolos como algo producido en masa y que tienen que cumplir los "estándares de calidad" que nos marca la sociedad (o les marcamos nosotros); haciéndoles bailar al son de una cultura masificada y masificadora que apuesta por la superficialidad (ya que necesariamente al tratar de "parametrizar" a las personas se trata de reducir su grandeza al mínimo para evitar excesivas diferencias entre ellas fijándose sólo en sus aspectos más superficiales y banales), anulando así lo más íntimo del ser de cada una de las personas: su singularidad (y por ende su dignidad). 

SINGULARIDAD Y REDES SOCIALES 

La actual proliferación en el uso, y en ocasiones abuso, de las redes sociales no hace sino agravar esto que venimos comentando. En los últimos años las redes sociales más frecuentadas (Facebook, Twitter, Instagram, etc.) se han convertido en escaparates gigantescos donde los usuarios muestran a la sociedad su vida. Y así, casi sin darnos cuenta, nos hemos obsesionado en publicar nuestros momentos familiares o de ocio con el empeño de ganar cada vez más puntos en nuestra reputación digital. Nos hemos sometido, de forma voluntaria, al imperio del postureo; sin darnos cuenta de las repercusiones que esta actitud puede tener en nosotros y en nuestros hijos. 

Por un lado, nos estamos convirtiendo en adictos del que dirán. No tardamos en muchos casos ni diez segundos en publicar en alguna red social cualquier momento o aspecto de nuestra vida que pensamos pueda ser del agrado de nuestros followers. Nos hemos convertido en adictos a los like, o a los retweets; dando valor a las cosas no por lo que nos aportan sino por lo que opinan los demás en nuestras redes sociales. Se han hecho estudios neurológicos que demuestran que el placer que se percibe en el cerebro ante un like o un retweet de alguna publicación es muy similar al que percibe un drogadicto cuando se toma una dosis de droga. 



Debemos pararnos a pensar qué le estamos transmitiendo a nuestros hijos cuando nos ven actuar así. Es frecuente ver una comida familiar donde el padre o la madre lo primero que hace es fotografiar el chuletón o la paella o la copa de vino para publicarlo en alguna red social (o mandarlo a algún grupo de Whatsapp); sin caer en la cuenta de que sus hijos pequeños pueden concluir que ante esa actitud lo más importante para papá o para mamá no es disfrutar de una comida en familia, sino publicarlo para que sus seguidores vean lo bien que les va en la vida. Y aún reforzamos más esa idea cuando tras la publicación de la foto nos dedicamos a consultar continuamente nuestras redes sociales para ver si la publicación ha tenido el efecto deseado. Todo esto ante la atenta mirada de nuestros hijos, hijos que a ciertas edades están continuamente analizando cualquier comportamiento que tengan sus padres, y sacando conclusiones de ello para forjar su personalidad. 

Por otro lado, es necesario que reflexionemos acerca de cómo la proliferación del uso de las redes sociales puede afectar al desarrollo de la singularidad en nuestros hijos. Y es que el mundo digital cosifica en gran medida nuestra vida social. Parametriza, en ocasiones muy a la baja, los estándares sociales; marcando con firmeza aspectos de nuestra vida social, y de la de nuestros hijos; diciéndoles cómo deben vestir, qué música oír, lo que es y no es tendencia y un largo etcétera de parámetros que se imponen con el único criterio de lo que sigue la mayoría. 

En nuestra infancia nos sentíamos influenciados por nuestros compañeros de colegio y amigos, y era relativamente fácil a nuestros padres controlar a qué influencias nos veíamos sometidos; teníamos, como ahora, nuestros ídolos y famosos a quien admirábamos: deportistas, artistas, etc.; pero en muchas ocasiones poco sabíamos de su vida privada. Ahora, por el contrario, nuestros hijos se ven sometidos a múltiples influencias, su ámbito social ha crecido de manera exponencial, las tendencias se multiplican y se suceden una detrás de otra en ocasiones con una velocidad desorbitada. Además, siguen las cuentas personales de sus ídolos en las redes sociales, accediendo a aspectos íntimos de sus vidas que suelen tener enorme influencia en nuestros hijos; y que en algunos casos transmiten una serie de valores éticos o de comportamiento que probablemente no compartamos o no queramos para ellos. 

AHORA MÁS QUE NUNCA

Por todo esto, ahora más que nunca se vuelve de vital importancia que eduquemos a nuestros hijos de forma que entiendan que son personas individuales y singulares, protagonistas de su propia historia y forjadores de su destino. Tenemos que transmitirles que son capaces de pensar y decidir por sí mismos, no dejándose avasallar por el exceso de información al que están y estamos sometidos hoy en día. Debemos hacerles ver que son ellos mismos los que deben decidir lo que les gusta o lo que no les gusta, lo que está bien o lo que está mal. Porque tanto la bondad como la belleza no se miden por el número de seguidores; algo no es bueno o bello porque lo quiera la mayoría, la realidad se impone a la estadística. 

Tienen que darse cuenta de que no toda vale para conseguir popularidad. Su número de seguidores o de amigos en Facebook no van a hacerlos más felices, solo desarrollándose como personas singulares capaces de darse por amor alcanzarán la felicidad; y perdidos en la masa, imbuidos por la mayoría, pierden su individualidad, se cosifican, y con ello se hacen más incapaces de amar. 

Ahora más que nunca debemos preocuparnos por conocer a cada uno de nuestros hijos e hijas íntimamente, para descubrir con la luz del amor sus potencialidades y puntos fuertes, y con ello tratar de ayudarles a lograr ser lo que ellos, y solo ellos (cada uno y cada una) están llamados a ser, haciéndoles ver que si no lo consiguen nadie podrá ofrecer al mundo y a la sociedad lo que ellos no han llegado a desplegar; porque cada persona es única, y única la historia que Dios tiene preparada para ella.